«El hilo se ha perdido; el laberinto también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.»
J. L. Borges Los Conjurados
En los territorios magnéticos de la lengua reside el núcleo de una teoría abierta sobre la felicidad: su apropiación lingüística. Esta singularidad, esta propuesta de intimación del discurso, revela un punto constituido por el saber donde prevalece la intuición creadora, que deja de ser torbellino azaroso para potenciar una estrategia única de significación; allí, nos enfrentamos a las palabras en un doble contexto: irrumpiendo contra el canon y estableciendo diálogos entre el decir y el impacto que produce en nuestros pensamientos. A nivel pragmático, también semántico, necesitábamos esa transformación; tal vez la poesía sea un arte de confrontación -¡no se escribe impunemente!- y el mensaje de las emociones más perceptible frente a la sensibilidad estética. Aunque nada ha terminado, seguimos inventando un cielo por encima de nosotros, siendo parte de la espiral de un sistema y buscando un modelo para desvelar la trama, la intención misteriosa del nombrar, su rastro espléndido. m.m.
b a b e l
TERRITORIOS
M A G N É T I C O S
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Zéphyrs embrasés, vérsez-nous vos caresses
(barcarola de “Los Cuentos de Hoffmann”)
Un viento silencioso aparta la corriente del Leteo.
Del ritmo destellado circula felicidad
y es la forma única
y deleita un misterio de grado más humano.
Alguien te piensa
siguiendo la certeza de ningún mañana.
Bajo la escarcha asciende luz
y en la última lágrima la ciudad se pronuncia.
Libre de sueños se ha vaciado el verano.
Flecha cautiva rueda la palabra.
La noche anda enredada en la belleza del frío
esperando el futuro de la constelación.
Un astro arde y su cauce es nostalgia.
No se puede invadir la alegría.
Marcando la obertura la aguja del corazón.
Tú activas las batallas,
el rayo desplazado, el flujo justiciero.
Hacia delante deambula el azar
y lo eficaz es un motor de avance.
Vamos al blanco delirio,
al color que ha seducido a la tristeza.
Aunque su tiempo es sí es diferente.
Gira el entendimiento.
Amamos los días de la voluntad.
Cercano al agua un canto amable inicia altura.
Murmuramos sentido.
Emociona la extrañeza.
Sucumbe el canon ante la dificultad de olvido.
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…rasgos dispersos de felicidad
Declina su fragancia el sauce y arde. Teñido de solvencia, alzado, desde el sueño. Tan elocuente allí, tan hábil, pues gravita. Una abertura, un rasgo del instante, un giro solar. Se rinde la vida a la autarquía y su tono de nieve. Junto al rayo cegador, obstinada y audaz, muere la causa. Baja, una elegancia triste. El cráter de la mañana afecta al silencio en mis ojos; sin embargo tropiezo con las palabras: no decir, fijar lo aleatorio, con esmero callar. Luz y sombra se desplazan en un diferir constante. La estela captura sus logros, la idea su rastro ágil. Guarda el vacío un orden propio y todos los conceptos, las historias que escapan a la ruina y el mar abierto de las pérdidas. Felicidad resiste a la forma. Felicidad proclama su intención, sin ritos ni voluntades, ni disidencias: !Khôra! El tiempo se pliega.
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Desciende la tristeza por márgenes repletos de melancolía hacia el litoral de las palabras absueltas. En su curso lentísimo desafia al olvido, aviva lo imposible y es la voz de un deseo sin límites. ¡Ciega la luz un eclipsamiento, un estallido! y el azar recoge su hermosura sabiéndola privilegio. Desciende el ritmo de las olas y deja en mis ojos, la huida ¡No hay verbo débil Oscila lo lejano y lo vencido ronda; un núcleo reflejo, como otras muchas cosas, restalla ahí. Es tiempo de la espuma, de libertad, del agua sola. He sido realidad, igual que mi dolor, algo diletante, en medio de aquel inabarcable d e s b o r d a m i e n t o. ¡Soledad del adagio! Soledad del adagio o clamor, me pregunté a mí misma. Camino del futuro, un intervalo esclarecedor: ahora comprendo todo. La tarde roja en lo más alto… quién sabe. Cruza lo que parece, un pensamiento vivo.
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El día cierra sus movimientos. Sus límites también. Se tiende la claridad y los recuerdos caen como actos o como insinuaciones. Rompe el anochecer en el instante, aunque en alguna parte difiere la luz: Horas confusas. Las horas duermen, entraño todo esa línea donde se pierden. Frente al vitral, la noche asedia el universo cifrado de mi tiempo. Al aire expuesta la cautela -presa de fondo-, mirarte fue crear el riesgo. Enigmático y furtivo el verso te nombra. Tentador de belleza que nunca llegará. Cielo amargo, cielo refugio trasladado. Voz del poeta -no dócil-: una carga de nieve. Para demoler a un ángel, los que aman. Luna en mis sueños. Contra nosotros llueve. De cuanto cruzó me queda ensayada resistencia, vertebrada expresión. Te vas, te vas… sombra amiga. Tormento feliz.
Nuit et jour, on entend
(de la ópera “Armide”)
Cedo mi parte de sentido al nocturno de las rosas
y el mar de la renuncia al heliotropo.
Vendrá, la aguja de la alegría para atravesarlo todo.
La tierra y su bucle salado,
el arte de la perturbación,
la insolencia.
Restituido el signo
es avalancha la luz
y la belleza, pronunciación,
vaciada sin más, libre hacia sí
en la extensión de lo nuevo.
Una marea de alas de absoluto,
una respuesta
o confiarse siempre;
si creemos, el tiempo se pliega.
!Arché!
Del corazón fulge la palabra,
instala su potencia entre la voz que nombra
y la voz que tiembla;
es el anhelo,
siempre el anhelo de la presencia.
¿Cómo explicar la huída entonces?
!Náyades, ríos y manantiales!
Sete estrellas para el Norte.
Tus ojos completan el mundo:
!azules de la indulgencia!
En ellos sobrevivo.
Hay un final para el gran cielo del nihilismo:
IMANES Y HÉLICES… solo el viento nos ama.
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